jueves, 23 de diciembre de 2010

Reflexiones 2011

Fue un año de grandes contradicciones. Un año caracterizado por acusaciones y agresiones continuas, lealtades, traiciones y mucha hipocresía.


Los medios reflejaron lo peor de la política encarnado en dirigentes que venden la ideología y la doctrina como un producto más en la góndola de un supermercado o bien, la amasan y la deforman antojadizamente, amoldándolas a la forma más conveniente a sus intereses personales.

“Profundicemos las transformaciones”, pregona el oficialismo desde una página digital y en la que luego se pueden leer, al azar, titulares como “se libera el precio de los combustibles”,” Argentina segunda en inflación mundial”, “procesan a ex funcionarios”, “ sobreprecios en obras públicas”, “ mueren chicos en Misiones por desnutrición” , “ asesinan a tres personas en zona liberada en la toma de Villa Soldati”, etc, etc, etc.

Leer noticias en forma integral en la Argentina de hoy, refleja la profunda crisis en la que nos encontramos. En un extremo los medios son como un espejo de la contienda o de una guerra sin tregua entre dirigentes y en el otro, observando, mirando y escuchando está la gente. La que trabaja, sufre, lucha, se cae y se levanta al ritmo de las decisiones de los “otros” y espera que algún asesor de candidatos iluminado piense que sería bueno “…hacer una campaña para resolver los problemas de la gente…”.

Los reales, no los inventados por las necesidades de la agenda imaginaria de un jefe de gabinete o un ministro de economía nacional trasnochados para quienes la inseguridad y la inflación “no existen” o “sólo golpea a la clase media”.

Los problemas reales, no los subestimados por ministros de planificación, salud o acción social –inexistente por cierto- provinciales que piensan que el desarrollo y el progreso de un pueblo está en una obra pública con precios dimensionados, retornos constantes combinados con sueldos mensuales a funcionarios corruptos, un sistema informático o una frazada en pleno verano.

Es esa gente la que durante el próximo año asumirá consciente o inconscientemente la responsabilidad de definir qué país y qué provincia queremos para nuestro futuro.

No será una elección más –aún cuando muchas veces hayamos escuchado esta frase- ya que la definición electoral marcará un avance o un retroceso en la organización política del país.

La gente deberá elegir entre continuar la profundización de un sistema económico social excluyente de los gobiernos provinciales atendiendo a que las políticas centralistas del oficialismo kirchnerista están determinadas, planificadas y ejecutadas considerando los índices del conurbano bonaerense y la Capital Federal como la base de su sustento electoral 2011, con total negación de la realidad del interior del país.

O bien, decidirá reconocer nuestra historia federal y mantener el principio de la redistribución de fondos y recursos de una manera más armónica y justa entre las 23 provincias y la Ciudad de Buenos Aires, poniendo el énfasis en la idiosincrasia, la identidad y la cultura de cada una de ellas, que por su origen, son distintas, únicas y propias de cada región.

El resultado electoral también definirá la continuidad o no de los partidos políticos tal como han sido considerados hasta hoy y particularmente, considerará si es ético y viable la constante mutación de dirigentes, convirtiendo a la política partidista en una herramienta sólo guiada por el interés personal y la necesidad imperiosa de mantener el poder público y sus privilegios.

De la determinación de estos principios básicos e históricos dependerá el futuro de cada uno de los 40 millones de habitantes de este país. ¿Es demasiado otorgarle esta importancia?

En primera instancia parecería que sí pero cuando se piensa en el concepto que esta gestión le otorga al desarrollo y al progreso, no lo es.

El desarrollo y el progreso de un país no se basan, como lo expresan los dirigentes kirchneristas, en la obra pública, que sólo es una parte de ese proceso de búsqueda de una mejor calidad de vida.

No tendremos mejor servicio de salud sin contar con más y mejores profesionales, dedicados full time a los hospitales públicos que den respuestas concretas al enfermo, con más moderna aparatología, con Centros de Salud más completos que atiendan diariamente a los habitantes de las zonas rurales y no una vez cada 7 días, con ambulancias afectadas únicamente a las emergencias y no convertidas en taxis estatales para llevar y traer pacientes y personal de un punto a otro de la provincia.

No tendremos mejor educación sólo con nuevos establecimientos. La calidad educativa no depende únicamente de un edificio. Necesitamos docentes capacitados, atendidos y escuchados por el Estado como partícipes necesarios del diseño de los planes de estudios, acordes con nuestras realidades económicas y sociales, incorporando a los padres como parte de ese proceso que es la educación de un niño.

No tendremos más libertad de prensa, contradictoriamente, estableciendo normas que limitan la libertad de expresión. Al sistema actual, si bien con muchos errores, había que sumarles medios y no quitar a los ciudadanos la necesidad de comunicar y comunicarse, sin distinción alguna.

No tendremos más democracia semidirecta o sistema federal político y económico sino logramos recuperar la independencia de decisión de los estados provinciales y municipales, hoy convertidos en apéndices administrativos del Gobierno Central por políticas deliberadamente unitaristas, concentradoras del poder económico y en consecuencia tendiendo lenta pero inexorablemente al momento en que el Estado Nacional pretenda reemplazar el sistema de división de poderes que hoy ya se encuentra desdibujado.

No tendremos mejor calidad de vida, en síntesis, poniendo el acento en la infraestructura y no en las personas que la utilizan.

Más importante que la modernidad y la tecnología es el mantenimiento de los valores intrínsecos de una sociedad y por ende, de las personas.

El derecho a la vida, la libertad de expresión, la educación, la salud son la base de la dignidad de un ser humano, que no es de izquierda ni de derecha, una discusión ideológica que en el mundo se creía saldada hasta la aparición de pretensiosos gobernantes latinoamericanos que volvieron a instalar un debate antiguo y antidemocrático.

Una sociedad que pierde esos valores y se convierte en parásito del Estado del que depende económicamente a través de un sistema de prebendas y que además pretende definir, decidir y convertirse en juez y parte de la vida de sus habitantes ha perdido, precisamente, esa dignidad.

2011 será un año especial, el final de una dictadura democrática o el comienzo de un proceso de participación más activa en el que la gente, el ciudadano asistirá seguramente a algunos debates estériles, impuestos por la necesidad de evadir la responsabilidad de gobernar y dar cuentas de la corrupción generalizada, la inseguridad, la inflación, los alarmantes índices negativos en educación, los gravísimos problemas de asistencia sanitaria y otros más específicos pero no por ellos menos gravitantes en la vida del país.

Dependerá de nosotros, hoy opositores a este gobierno y a este régimen, darle a cada persona, a cada entrerriano el primer en el objetivo de la política para demostrar que un país se desarrolla y crece sólo con el desarrollo y el crecimiento de su gente.

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