martes, 11 de mayo de 2010

La partida de María Inés Cabrol

Una madre que deja ejemplos de fe, amor y compromiso
( analisis digital. edicion 11 de mayo de 2010)
María Inés Cabrol y las lágrimas por Fernanda: una postal que se reiteró en cada marcha, en cada reclamo por la pequeña.
El corazón de una madre ha sido creado para amar; cuando deja de hacerlo, es simplemente porque ha cesado de latir. Este bello adagio es la prenda que mejor le calza hoy a María Inés Cabrol, la mamá decidida e incansable que quemó los últimos seis años de su existencia buscando a su hija, Fernanda Aguirre, desaparecida en la fatídica tarde del 25 de julio de 2004. Pero a esta sentencia y como se estila en ciertos escritos jurídicos, le sumamos el siguiente agregado desafiante como un “otro sí digo”: el corazón de María Inés Cabrol se detuvo esta madrugada de mayo, pero continuará amando a su hija desde la blanca nube que acaba de acogerla. Otras veces nos referimos a esta mujer inclaudicable, diciendo que en ella podrían sintetizarse todas las madres que, frente a un gran dolor, se trazan un camino por donde logran sublimar ese sentimiento increíble que solamente cada progenitora atesora en su corazón. Por Luis María Serroels, especial para ANALISIS DIGITAL

Mario Benedettí escribió un día una frase tan elocuente como certera: “los muertos mueren una sola vez, pero los desaparecidos mueren todos los días”. Nunca sabremos si la mamá de Fernanda llegó un día a imaginar que esa parte suya parida con alegría, podría no estar ya en este mundo. Pero como la presunción de vida siempre debe ser inmensamente más fuerte que la presunción de muerte, ella la siguió buscando.

Expuesta muchas veces a soportar estoicamente las maniobras aviesas y hasta criminales que le daban pistas falsas y aún atisbando su origen infame, nunca dejó de correr tras la posibilidad de reencontrarse con su Fernanda. Sus pies recorrieron enormes distancias en terrenos de cabotaje pero también fuera del país, sostenida por su fe, su amor y su ansiedad propia de quien jamás cedería ante la resignación.

Cuando el “caso Fernanda”, rótulo que suele colocarse a las investigaciones fallidas donde el tiempo que pasa es la verdad que huye, empezó a no ser ya una prioridad, ella sintió que su dolor se repotenciaba pero en igual grado se fortificaba su porfía en la búsqueda. Un dolor sin respuestas generaba una cruzada irrenunciable.

El “Chacal” Miguel Lencina, que se la llevó, y su mujer que luego se hizo la desentendida en una fechoría que compartieron, jamás imaginaron que ese día domingo de julio a media tarde nacería una historia de vida destinada a servir de ejemplo y dejar huellas muy marcadas en nuestra sociedad.

La recoleta San Benito, de la gente laboriosa y pacífica y las familias mateando en las veredas, con ventanas abiertas y niños circulando sin temores, debió modificar sus hábitos cotidianos porque este episodio les mostró la cara horrible de la monstruosidad instalada en almas sucias de personas repudiables que no tienen códigos, que desprecian la vida ajena y que ven en cada homicidio sólo una forma de lograr objetivos. Para ellos, tronchar la vida de otros es apenas un trámite para consumar viles propósitos.

Los llamados incesantes y apelaciones dramáticas al colectivo social para obtener algún elemento que pudiera encaminar la investigación, sorteando las repudiables operaciones que le ponían pruebas fabricadas con fines inconfesables, no la arredraron. Jamás dejó de correr al encuentro de algún dato y cuando debió enojarse con el poder político por falta de avances, incluso con la declinación de algunos copoblanos, lo hizo con la única herramienta que la sostuvo hasta su muerte: la fuerza de su dolor íntimo, la firmeza de sus convicciones y la esperanza que la alimentaba.

En una de esas Fernanda quiso reencontrarse con su mamá en otras latitudes y en algún sueño se lo hizo saber. ¿Porqué no pensar que María Inés decidió acudir y le respondió que sí? Los caminos de Dios son insondables, tanto como los motivos de sus propios tiempos. Una enfermedad implacable que tocó a su puerta y que en pocos días determinó su partida, a una edad biológica temprana pero que sufrió los durísimos embates de sus tristezas y el ahogo físico de su irreductible recorrido.

Al despedirla, desde este medio que tratá siempre acompañarla en su martirio, le rendimos homenaje de admiración por los ejemplos que fue dejando en estos casi seis años de durísima peregrinación. María Inés Carbol se fue a poblar otros cielos, sin abandonar su vigilia. Nuestra sociedad, a veces demasiado pacata, tiene ahora un mayor compromiso para continuar buscando una verdad que algunos persisten en mantener oculta.

“Las mujeres nunca se cansan de ser madres. Llegarían a mecer hasta la propia muerte, si viniera a dormir en sus rodillas” (Maeterlinck).

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